20201226

 El Rancho.

Lo conocí primero por relatos cada vez más cercanos, hasta que una noche me dejé conducir. Esa primera visita me abrió un universo nuevo que en algún momento, ya perdida la inocencia, también sería mío. 

Me llevó, como muchas otras veces a otros tantos lugares increíbles, mi tía. 

Y entrar al bar del pueblo del brazo de la tía es una gran forma de comenzar algo.

El pueblo que alberga a este bar no es mi pueblo. Yo vivo a unos 50km y además, nací en otra provincia. Pero en este bar son todos un toke marginales: los locales juegan a reventarse cada vez con menos metáfora; los turistas q de casualidad caen ahí no entienden nada; y el resto, los que estamos por adopción, también estamos buscando amnesias y reviente. 

Muchas veces, y esto no he visto que pase en otros lados, te regalan cerveza y marihuana. En un paraíso en disputa. No siempre ganamos.

Así es que a veces podés estar bailando un cover en vivo de Virus mientras se agarran a trompadas en la barra. Las chicas bailan adelante y en el fondo se escucha el sonido que hace un cráneo cuando lo golpean con algo contundente. Tiene ese tipo de contrastes. También se ve gente triste y muy drogada y una nube oscura que acecha. Para ser justa, creo que todo ese pueblo tiene una nube oscura que acecha. En este bar en particular me encanta ponerme oscura. Tengo el feliz recuerdo de barrer de un manotazo furioso todos los vasos de una mesa porque la música que estaba sonando me parecía una mierda. Fui rápida o cuántica y nadie me vio.

Creo que aquí, soy tan invisible como puedo ser. Los poderes se despliegan. En ocasiones se siente como una batalla entre el bien y el mal pero aquí se da en la pista, la vereda, el baño o el vado. Le metés abstracción, cerrás los ojos, alguien te vuelca fernet en un hombro, otro te toca y por una vez no abuso, es orgíastico. Dale, hoy es cuerpo. Conquistemos una grácil violencia. 

Eso, para mí, es liberador.


La metamorfosis.

Y cuando la banda termina de tocar, cuando aparecen las manchas en suelo, las colillas, los vasos de plástico tirados, el encanto ya también quiere retirarse hasta el sábado siguiente. Pero hay gente que no quiere dejarlo ir.

En el Rancho cuando la banda termina de tocar siempre hay alguien llamando para seguirla. 

Pero seguirla es también una mutación: de la noche al día, de la oscuridad a la luz, de adentro hacia afuera, de cerveza a café, de agua y pepas a cerveza, de bailar con euforia a sentarse en silencio y así combinaciones infinitas pero siempre, siempre, cargando la noche en el cuerpo. El humo enredado en el pelo, la cerveza pegoteada en las suelas, un moretón misterioso, las piernas cansadas, la cintura suelta, una frase musical persistente en algún lóbulo del cerebro que se repite, alguien eructa, alguien se ríe, alguien habla a los gritos. 

Una vez la seguimos en la casa de una mujer, no me acuerdo bien como llegamos pero yo estaba pasadísima de percepciones. En gran medida tomada por una sustancia elaborada por algún estudiante de química de la universidad de California.

Al resto no le faltaba hierba ni música ni charlas ni cerveza. Un personaje con sonrisa zen captaba mi mirada. Era un personaje un tanto hipnótico, usaba una camisa de bambula blanca y por el escote se le perdía bajo la tela un colgante de aura esotérica. Permanecía callado, sentado en el piso a la cabecera de la mesa ratona del living. Parecía tener un fuego encendido a sus espaldas pero la estufa estaba apagada, de hecho, creo que ni estufa había pero ahí en mi memoria está el fuego. Su sonrisa sutil flotaba estática en la penumbra. La dueña de casa acechaba, invitaba a los cansados a dormir en su cama.

Otra la incitamos con un amigo. Esa noche habíamos quedado fascinades con tres sexagenarios que parecían divertirse mucho. Bailaban entre ellos los temas de Charly y Spinetta, se compraban cervezas y parecían estar festejando *algo*. Yo no podía entender por completo esa felicidad que demostraban ¿Por qué estaban tan divertidos? Fue por eso que me quedé toda la noche orbitándolos eclipsada por las sombras, para no ser agobiante.

No recuerdo con exactitud los detalles pero mi amigo se acercó y los invitó a seguirla en su casa. Charlar, fumar, no apoyar los pies en la mesita. Indagamos en los pormenores de uno de ellos, tenía problemas de mujeres y lloraba como un idiota. 

El otro era carpintero y no paraba de preguntar sobre los tirantes y el piso de la casa de mi amigo. Mi amigo le especificaba el tipo de madera, el hombre se olvidaba a los 10 minutos y volvía a preguntar como un loco. Yo los veía  desplegarse todo el tiempo, ocupar espacio con zapatos gigantes y con la voz. Los pies en la mesa no, por favor. 

Sin emargo, el tercero era diferente. Estaba acurrucado en el extremo del sillón, en una modestia de ser indescifrable. Lo observé por unos instantes y me di cuenta de que ya lo conocía.

¡Es Gandalf, el azul!

Ya nos había encontrado el destino de la noche y el bar, meses atrás, en otro pueblo, en otro bar místico y central.


Otro bar

Me acuerdo bastante de esa noche, era una despedida porque el bar cerraría para siempre. Duelo y fiesta. Me vendían cerveza artesanal a temperatura natural con descuentos y sonrisas y frases breves pero locuaces. Se bailaba jazz y rock y yo cada tanto salía afuera a fumar. 

Afuera estaba este hombre, el que ahora se sentaba a mi lado en el sillón de la cabaña. La noche en que lo conocí era un gigante, yo lo había bautizado Gandalf. 

Gandalf de las sierras y yo, en este juego, una enana aventurera bien chiquita y Gandalf usaba un bastón de verdad y un tapado azul marino largo hasta las rodillas y sacaba de los bolsillos hierba y de su boca balbuceos y todo él me ocupaba la atención con su gigantez literaria, misteriosa. Cómo me meto a este mundo, me preguntaba yo para mis adentros y seguía caso desesperada en un deseo interrogante: Quiero someterme a las leyes de esta naturaleza que no es la de este universo, hay otro y lo veo ¿Podré encontrar una puerta a algo que no sea esta miseria existencial? ¿Se puede domar esta celebración de tal modo que continúe aunque salga el sol y vuelva a caer hasta que se agote la fiesta solo cuando se corte el suministro eléctrico de mi corazón?

Quiero por siempre volver a ser un punto luminoso sostenido en ronda una noche contenta de poder mirar para arriba y ver estrellas, mirar al frente y ver una una puerta, bajar la vista y encontrar huellas. 


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