20130809

menos que antes


 en tiempos donde siempre estamos solos
habrá que declararse incompetente
en todas las materias de mercado
piero

las tetas de la recepcionista me dieron ganas de ser bebé de nuevo, solo quería hundir mi cara somñolienta en sus pechos y alimentarme de su tibieza. había esperado una hora para hablar con ella, cuando alcancé el mostrador la imagen de sus tetas encajadas en las finas sedas me cautivó. desde su fortaleza berreta y escudada detrás de un monitor, la tetona me dio la orden de esperar a ser llamada por apellido. fin de la magia.
en la sala de espera seis columnas de 3 metros de alto color gris se extendían hasta la estratósfera. los cuartos de hora se apilaban cada vez más voluminosos en un rincón. cada cliente pasaba a un box de vidrio en el que se lo retenía por treinta minutos o más. el tiempo se presentó con nombre propio y tomó asiento a mi lado. el cliente del box del medio ejecutó su firma por doce o más, el empleado selló un número igual de veces. el primer bostezo dio lugar al segundo y cuando me di cuenta tenía la vista borrosa y una sensación de fin del mundo pinchada en la psiquis. cerré el libro. hice una lectura de mis compañeros de espera, en su mayoría caras nuevas. mi turno se aproximaba.
en la sucursal del banco santander río de 8 y 50 se deben mover millones de pesos, sellos, fotocopias, cheques, sobres y quejas. pero la gente, la gente parece estática, su movimiento es imperceptible como la aguja chica del reloj. nos extraen la dinámica, nos frotan contra el color gris de un tapizado barato y resistente. se nos extrae la vida desde los rincones de durlock. vi como las piernas de los que estaban en fila para hablar con la tetona se hundían progresivamente en el hormigón, tanto que hacia el final de la cola la mezcla helada le llegaba hasta las rodillas a la señora negra y gorda que esperaba su turno. empecé a frotarme las manos contra la cara, en claro gesto de desesperación.
a las 15hs cerraron el acceso al banco. el empleado de seguridad guardó las llaves en el breve bolsillo delantero de su camisa caqui, es alto, flaco y pálido. quedamos encerrados unos 40 clientes y los empleados de baja categoría; la casta superior de los bancarios ya desfilan con tapados y llaves de auto. el resto tenemos por capital una historia triste qe contar sin tanta suerte, ni autos ni tapados ni piernas en funcionamiento. quise poner una bomba pero sucumbí ante la resignación.




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