casi la una de la mañana. en la calle somos pocos, un médico hablando por celular en la puerta del dispensario municipal y yo con la chismosa hacia el kiosco clandestino con el único objetivo de conseguirme una birra para pasar la noche. ley seca en la provincia de buenos aires.
en el cielo rompen rayos, se viene una tormenta que anuncian desde hace cuatro días. el calor pegó duro durante la semana, hoy 36 grados y humedad. me pasé la tarde encerrada en la pizzería lidiando con una vieja buena onda pero con olor a pis y chivo y su hijo blanco teta.
todo eso terminó, es de noche voy por la calle sola, llueve liviano, la tormenta no se desata.
digo que no tengo amor propio y es cierto, salvo noches como estas en las que me hago el favor de ir a comprarme una birra para brindar frente al espejo por la supervivencia. siento cierto placer al caminar ahora por las calles de esta ciudad de quilmes, ciudad alcoholica. me siento fuerte, yendo a buscar lo que necesito aunque me hayan enseñado desde chica que en la oscuridad se esconde lo malo.
lo malo vendrían a ser unos remiseros culos gordos merqueados que desde sus autos destartalados me dicen cosas que no puedo entender porque no los escucho y porque son ellos los que tienen miedo y no les sale, no les sale el comentario claro sin interferencias aunque tengan la ventanilla baja y se asomen. me dan lástima remiseros pajeros que laburan 14 horas, se sienten amenazados y desposeídos.
quizás esté equivocada y un día de estos me secuestren o me violen o me maten contra una boca de tormenta. hasta entonces ni el temporal ni la noche ni los personajes que en ella se esconden me dan miedo. no en vano he pasado toda mi adolescencia desvelada frente a la ventana viendo pasar nada más que perros muertos de hambre y desamor.
vuelven con una fresca.